Ayer me compré un termo para el café.
No soy ni mucho ni poco cafetero, sino todo lo contrario. Pero me gusta tomarme el café a mi manera. Me gusta el café de casa. Y el de máquina, solo, acompañado. Con azúcar y una sonrisa cercana, y una ilusión o una preocupación compartidas.
Por hoy nada más que decir. Frente a tanta uniformidad: los rotuladores negros, las carpetas negras, los portafirmas negros, las pantallas negras y los ordenadores negros o grises, brindo por el verde pistacho, o el amarillo aunque sea chillón, o el rojo o cualquier otro color del arco iris, que no sea el azul, que para eso ya tengo el cielo, aunque a veces haya nubarrones. Dejemos fuera también al violeta, para las flores de mi jardín.