miércoles, 25 de abril de 2007

Primavera



No me gustan los anuncios en que se ve a ese ejecutivo en que toma esa o esa otra pastilla revitalizante y sale como nuevo a los pocos minutos de ingerirla. Para mí la “pastilla” para “cargar las pilas” consiste en escaparme al pueblo, uno de los principales ingredientes de mi eficacia. Separarme del barullo, reunirme con los míos, disfrutar del paisaje, pasear por el campo o por la playa.

Llega la primavera y con ella mi ajuste de actividades para poder vivir el fin de semana en mi casa del pueblo. Los que habéis estado allí conmigo, la reconoceréis de la mano de una excelente novela de Manuel Vicent, “Verás el cielo abierto”.

Nada más llegar, dejamos las bolsas en la cocina de casa, esa sencilla, espaciosa y blanca, que … recibe la primera luz del sol por una ventana abierta al patio.

Visitamos la carnicería y la frutería, en un tibio intento de conseguir alimento para el fin de semana.

Y nos escapamos con las bicicletas dejando lejos ese recuerdo del olor a solución de pegamento que usaba para arreglar los pinchazos de las bicicletas, cuando hace años arreglaba la mía y las de mis amigos.

Nos alejábamos de un pueblo desde el que ya nos llegaba a ráfagas el cántico del Vía crucis, persona a tu pueblo, Señor, que traía la brisa de abril, la misma que doblaba las brisas de anís y de lavanda en aquella falta del monte.

Ahora no llevábamos el zurrón para coger las moras de septiembre, que probábamos a la sombra de la morera, en el jardín, ni oíamos las ranas que flotaban extasiadas con las patas abiertas entre el limo de una pequeña alberca.

Un paseo corto, de casi una hora, visitando dos pueblos cercanos y regresábamos a la casa. Después de dejar bien situados a mis huéspedes en sus habitaciones y decirles que procurasen quitarse los relojes, nos reuníamos junto a la chimenea ahora apagada y luego pasábamos a ver la cocina y la enorme despensa. Bajábamos al jardín y desde allí les conducía a la parte trasera de la vivienda, donde había un establo para dos caballerías y una corraliza para los aperos de labranza.

Cenábamos pronto y luego nos quedábamos charlando. Ya sabían que yo me sentaba en mi mecedora que en mi ausencia el fantasma usaba para meditar sobre las plagas de las frutas y para descansar al regreso de las cacerías.

Ese fantasma que mis amigos también han oído por la noche, y que les ha hecho salir de sus habitaciones. Arrastraba pesadamente las piernas, una de ellas más pesadamente, la izquierda, inutilizada por una bala de la guerra. Era el espíritu del hermano de mi abuelo que ahora movía alguna que otra silla para acomodarse.

Tras ésta y otras historias, salíamos de noche para dar una vuelta por el pueblo. Los únicos en las calles.

A la mañana siguiente, mis invitados sin relojes, se acercaban al de la cocina y comprobaban algunos con estupor que el reloj marcaba las seis y diez. Les explicaba por qué desde hace más de veinticinco años seguía marcando esa hora. Aquí –les decía-el tiempo lo marcamos nosotros. Aquí no hay prisa. Si hay que salir de paseo, avisamos por la escalera, y todos se van incorporando a la placeta que tenemos nada más salir de la casa. Ya de regreso, saben que la comida está preparada porque sube el olor de las cazuelas.

El día amaneció despejado. Me encanta pasear a cielo abierto, sin tropezar mi mirada con las luces de los semáforos, los escaparates, los coches que corren, la gente que se apresura por llegar a esos grandes almacenes para comprar cosas que muchas veces luego arrinconan.

Día de bicicleta, aire libre, cielo azul. Comida y siesta de las de antes, de esas de “pijama y orinal” como solía decir mi suegro.

Por la tarde, a la sombra de la morera, otra historia, también verídica. Aquí no fue ese caballo que no paró de relinchar tres noches seguidas, sino uno de los perros que tenía mi vecino, que estuvo ladrando dos días seguidos, con sus noches, mirando a las tapias del cementerio viejo, que tenemos a pocos metros, hasta que mi cuñado, hombre piadoso y temeroso de Dios, se acercó a las tumbas, vio que algunas estaban abiertas, los huesos por el suelo –fue el temporal de la pasada semana-, los recogió en una bolsa y se los entregó al cura para que dijera una misa por el alma de esos difuntos. El perro, desde entonces no volvió a ladrar.

Se hace tarde. Estoy en Zaragoza, escribiendo. Miro el reloj porque tengo que preparar la cena, contestar a varios e-mails, enviar SMS a mis hijos para desearles buen viaje. No puedo hablar con ellos ahora porque sus móviles están “apagados o fuera de cobertura”. Me falta llamar al fontanero de la Comunidad porque la bomba de agua hace un ruido espantoso que nos dificulta dormir. La mejor hora para localizarlo es a partir de las diez de la noche, en su casa. Es como de la familia. La bomba se estropea tantas veces que le voy cogiendo cariño, a la bomba, la pobre, vieja y dolorida.

sábado, 21 de abril de 2007


"Vi el hueco y fui para adelante"

La foto que véis del jugador no es mía. Pertenece a la Web de Messi. Extraordinario Gol al Getafe, auténtica obra de arte. Talento, calidad técnica, velocidad, combinación, equipo, oportunidad (“Vi el espacio, tenía hueco y me fui para adelante”). Decisión. “Estuve bien. Encaré y definí. El objetivo era la portería y definir la jugada. Miré que Samu (Eto'o) estaba ahí, pero estaban los dos defensores yendo para atrás, no salían, vi hueco y me la jugué yo". Riesgo. Sortear rivales. El regate final es muy complicado.

Rijkaard (entrenador del Barça): “Cuando uno tiene tanto talento no se puede esconder. En el fondo, a Messi sólo le interesa entrar en el campo y jugar los partidos, es un apasionado del fútbol". "Se habla de Maradona, pero él ya ha acabado su carrera, y Leo es muy joven, tiene talento y tiene que vivir para el fútbol y seguir con esta mentalidad. Estoy tranquilo porque es muy buena persona, no es algo que me preocupe (que se le puede subir la fama a la cabeza), porque puede llevar esta presión".

Después de disfrutar de ese gol, tenía ganas de escribir unas líneas sobre la tenacidad y perseverancia en el intento de conseguir resultados y el pasado viernes me topé con un libro, que leí en un plis-plas: "La gallina que cruzó la carretera", de Menchu Gómez & Rubén Turienzo. Divertido relato sobre la Gallina Popeya, un “culo inquieto” que pondrá a prueba el sistema establecido en busca de un objetivo: Facilitar la vida de las gallinas y comercializar unos huevos especiales. Objetivo que sólo podrá conseguir si cruza la carretera. Trabajo en equipo y liderazgo.

No creo que sea necesario jugarse la vida diariamente –cruzar la carretera- para ser un poco mejores y para ayudar a los demás a mejorar. Pero sí hay que atreverse ser tenaces, perseverantes, luchadores con iniciativa, positivos, capaces de asumir riesgos. De todo ello nos habla este libro, de lectura desternillante y con un mensaje profundo.

Copio unas líneas del libro mencionado: “Cuando alguien a quien tú aprecias está con las alas caídas, tú le apoyas. Cuando alguien necesita fuerzas para continuar, tú se las insuflas. Y cada vez que descubres potencial en alguien intentas desarrollárselo y que alcance metas insospechadas incluso para ellos mismos”. A veces una sonrisa, un estar al lado. Eso no figura en los baremos de ninguna carrera profesional, no se valora en el currículum.

Messi seguirá necesitando nuestro apoyo porque todo ha cambiado y al mismo tiempo todo sigue igual. Hay que seguir luchando. Apoyar el talento, en el deporte, en la empresa, en la sociedad, en la familia. El talento en acción.

martes, 17 de abril de 2007

Trabajo: la eficacia es cuestión de "brújula".

“La mayoría de nosotros trabajamos tanto que no tenemos tiempo para trabajar con eficacia” (Marc Allen: "Los vagos también triunfan”)

Sabemos manejar muchas máquinas, y no nos sabemos manejar con lo más próximo a nosotros: el tiempo. Compramos una flamante PDA (que también nos quita tiempo) para que nos ayude a organizar el día y la semana, cuando realmente sólo tenemos que disponer de unos pocos minutos al día para poner por escrito lo que queremos o tenemos que hacer, y un poco de voluntad para ejecutar lo decidido. Y saber que habrá imprevistos. Evitar los “ladrones de tiempo” (interrupciones, correo electrónico, cotilleos, ese largo cafelito, el “¿tienes un minuto?”, el teléfono móvil, las reuniones que tienen hora de empezar pero no de terminar) y lanzarnos a lo que tenemos entre manos, poniendo en ello la cabeza y el corazón, con toda la concentración e intensidad de que seamos capaces. Y saber regresar a tiempo a casa, para reponernos y conciliar nuestra vida laboral, familiar y personal. No se trata de trabajar tanto ni cuanto, porque no se trata de horas, sino de brújula. Ahí arranca la eficacia.

viernes, 13 de abril de 2007

Cada viernes, a primera hora de la mañana, recibo el siguiente mensaje:

"¡Enhorabuena!
Hoy es el último día de la semana: os recuerdo que hay que enviar la agenda de la semana próxima.
Un saludo,
Mercedes."

Tiene la criatura ganas de que llegue el último día de la semana laboral, que para ella es viernes, que no sábado y me felicita con un "enhorabuena", después de una semaña más o menos ¿ajetreada?. No estoy en su piel, pero ojalá algún día me escriba: ¡qué suerte tengo de tener trabajo y poder acudir a mi empresa el siguiente lunes!. Muchos no pueden decir lo mismo.