Acabo de llegar a casa después de acudir a un “Concierto de Alumnos de piano del Conservatorio Profesional de Música”. ¡Hurra! por estos alumnos y por sus padres. En esta sociedad que sólo parece valorar el éxito fácil y rápido, que despista a los menores porque les hace ver que esos valores de disciplina, dedicación, amor al estudio están pasados de moda, que lo que mola es la discoteca, el alcohol y tabaco y las horas de televisión y Messenger, encontrarte en ese ambiente resulta, como poco, gratamente esperanzador.
Cuando veo a esos chavales tocando de memoria o no partituras para las que se requieren horas de esfuerzo, estudio, concentración, ensayo sin tregua, quitando horas quizá a la diversión con los amigos, sólo me queda decir: ¡chapeau! Aunque, como dice el amigo que me invitó, si uno se organiza bien, se puede sacar tiempo para todo.
Escuché cuatro intervenciones. De ellas, una estaba fuera de programa. De las programadas, dos de 2º de Grado Medio y una de 6º de Grado Medio.
Me gustaron mucho las interpretaciones de los más jóvenes. La chica, notable. El chico, notable alto. Musicalidad sobresaliente. ¿Fallos? Los problemas técnicos y de interpretación, lógicos a esas edades, pueden superarse con un poco más de dedicación. Todas las obras tienen sus zonas de especial dificultad, y todos o casi todos los alumnos tropiezan siempre en los mismos compases. Eso hay que conocerlo para valorar los tropiezos en la interpretación. Pero no pasa nada si se sigue trabajando, si no decae el ánimo, si los errores sirven para avanzar y crecer.
Los padres me dijeron que sus hijos no pudieron ensayar horas antes para hacerse con el teclado y con el pedal. También influye. ¡Ah! No debería permitirse la entrada a menores de seis años que se dedican a recorrer el pasillo y a incordiar al auditorio. Eso altera a los intérpretes. ¿No se aplica aquí el “reservado el derecho de admisión”? Porque un chaval tan pequeño es lógico que se aburra de estar quieto y empiece a dar la tabarra. Como la dio el susodicho.
No tengo especial debilidad por Debussy, pero el Arabesco nº 1 estuvo bien enfocado. La malagueña de Albéniz un acierto. Chopin hay que llevarlo en la sangre. Requiere un especial mimo, que en este caso no se consiguió. Resultó una interpretación un tanto mecánica. La criatura tiene cualidades, ojalá siga por este buen camino.
En cuando a didáctica, creo que se focaliza demasiado en las piezas y no se dedican las horas suficientes a interiorizar la música y las partituras. Deberían escucharse y estudiarse todas las versiones posibles sobre las mismas. Quizá la semana no da para más.
Lamenté que la audición terminara con la alumna de 6º, porque “ejecutó” la sonata Patética, la pieza para piano más conocida de Beethoven, después del “Para Elisa”. La joven intérprete lo pasó bastante mal. Se perdió en numerosas ocasiones en una patética “Patética”. Cuando se encuentran los alumnos con importantes dificultades estructurales y de interpretación, hay que reconducir el proceso, retomar los pasos dados y plantearse obras más sencillas y abarcables, pero no por ello sin bajar el nivel de dificultad proporcional.
Para alumnos y profesores les diría que valoren los tiempos de silencio y espera entre las piezas, para cambiar el chip y centrarse en lo nuevo que van a interpretar y nosotros a escuchar. Que no tengan prisa en acomodarse, en generar silencio antes de empezar una nueva obra.
Por cierto, al final, en el corrillo con los padres, les dije, “yo también toqué esta Apassionata de Beethoven”. Coló, porque se trataba de la Patética”. Quizá, muy educados ellos, no me corrigieron o pensaron: “Este viejo del jurásico o desvaría o no tiene ni idea de lo que está hablando”. Lo cité recordando que hace unos años, al final de un concierto que di, una señora se me acercó, después de interpretar la “Patética” y me dijo: “Enhorabuena, maestro, por esa maravillosa Appasionatta”
Puede resultar posible que ninguno mis contertulios allí presentes haya escuchado la integral de sonatas de Beethoven, y no sepa cuál es al “Claro de luna”, la “Appassionata”, la Waldstein o “Los Adioses”. Quizá el título sea lo de menos, pero el caso es que coló. Tampoco jugábamos al Trivial, caray. Recuerdo aquí una sentencia de ese amigo que me invitó: “No hay que desperdiciar la oportunidad de meterle el dedo en el ojo al prójimo”. Ahora se la devuelvo con cariño.