Cuando llega la noche, ya cerca de la almohada, repasa lo que tiene que hacer y que hoy no pudo hacer, y lo que pudo hacer pero no hizo porque la Maripili no paraba de hablar por teléfono y no podía concentrarse. La Maripili chilla cuando habla. Así no hay quien haga nada. Apaga la luz de su mesilla, pasan varios minutos y se levanta a oscuras para desenchufar el cargador del móvil. Maripili duerme como una bendita. Mi vecino debe tener el diablo en el cuerpo porque tarda en conciliar el sueño, se despierta a media noche para ir al baño o porque sí y a las siete de la mañana ya vuelve a dar vueltas a su cabeza anticipándose a lo que será el día.
Tienes arreglo, Paco. Pero tendrás que esperar unos días. Ahora sólo te voy a hacer unas preguntas para que reflexiones un poco, sólo un poco.
¿Por qué siempre que nos cruzamos por la escalera, subes los peldaños de dos en dos, a toda máquina? ¿Es que estás muerto de hambre y te urge abrir la puerta de la nevera para llevarte algo fresco a la boca?
¿Por qué vas siempre a toda máquina por la calle? Pareces la hormiga atómica.
¿Cuántas veces al día miras el reloj?
¿Por qué cuanto charlas con alguien estás siempre mirando alrededor, como buscando una moneda que vuela? Céntrate en la persona con la que estás hablando y sonríe de vez en cuando, que es gratis. Y no intentes hacer dos cosas a la vez, creyendo que así serás más eficaz.
Dentro de unos días charlaremos, porque creo que tienes arreglo, vecino. Pero no pretendas que te dé una pastilla para que tu vida y tus barullos mentales se solucionen. Hasta pronto, Paco.
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